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El tiempo mecía (provisional)

El tiempo mecía las hojas de los árboles y tu fijabas la mirada a través de mi, tu respiración acompasaba mi desilusión
y la rabia que tus puños ejercían hacía que las venas de tus brazos enraizaran tristemente en la mañana.
Había algo premonitorio en ese momento, algo que predecía lo que iba a pasar. Fueron días extraños, de una luz que atravesaba los opacos, de sonidos rítmicos que procedían de los árboles, de olores dulces que desprendían los cientos de pájaros muertos por las aceras, los escasos alimentos que tomábamos unificaron su sabor: caramelo quemado. Los cielos se llenaron de unas pequeñas burbujas rosadas que te explotaban en la cara untándote la piel de una melaza púrpura, que al cabo de 3 días hacía que tus órganos internos se vieran a través de ella. Imaginar lo dantesco de la situación, las calles se llenaron de recipientes con piernas que paseaban sus vísceras de esquina a esquina. Se inventaron cremas o tintes para la piel, que les daban por unas horas la opacidad deseada, pero sólo unas pocas horas, y además no cubrían la piel de una manera uniforme, así que la cosa empeoraba. Tatuajes, los más atrevidos optaron por este método más drástico. Se pusieron de moda llenarse el cuerpo de pasajes bíblicos, de libros queridos, Poe, Cortazar, poemas de Sabines, de Celaya, incluso recetas de platos con sabores añorados. La gente cubría su cuerpo con plásticos, pero no había nada tan impermeable que evitara esta unción, la mancha púrpura teñía los improvisados chubasqueros y justo debajo, donde la mancha había anidado, al cabo de esos 3 días, la piel empezaba a traslucir. La relaciones humanas evolucionaron, el físico dejó de ser importante, bueno aclaremos esto, la apariencia externa dejó de ser importante, la gente empezó a cuidarse, a comer sano, un buen hígado, dos perfectos pares de riñones, unos pulmones sanos, eran portadas de revistas para adultos. Los excesos de los actores se pagaban caro, prohibitivo fueron las fiestas, las salidas nocturnas. Los excesos, como he dicho, acabaron con grandes estrellas del celuloide, nadie quería ver un hígado castigado por el alcohol, unos pulmones ennegrecidos por el tabaco. Y este culto al cuerpo sano llegó a las altas firmas de moda, tejidos transparentes, que dejaban ver esos órganos perfectos, rejilla, tules, gasas, cualquier prenda tenía que dejar ver. La forma de estudiar medicina cambió, desaparecieron ecografías, escáners, rayos… Las consultas de los médicos se transformaron en platós fotográficos, nació una especialidad nueva en medicina: iluminación. Enfermedades como el cancer fueron erradicadas, un diagnóstico temprano fue vital.
El sexo nostálgico se realizaba con las luces apagadas, pero el nuevo “viscersex”, como le llamaban, fue una verdadera revolución, con sólo verla, el hombre sabía, por su lubricación, si ella estaba excitada. Ambos bajaban la vista segundos antes del final para ver como su ser inundaba la cavidad de su pareja. 
Pero, esto solo era el principio, al cabo del tiempo los músculos, los órganos internos fueron también desdibujándose. El mundo se convirtió en una triste versión de una película de Harryhaunsen, fémures, clavículas, humeros, tibias, peronés… 206 huesos encajados mágicamente, sin tendones, sin músculos, como si una fuerza oculta los manejara, con precisión asombrosa, moviéndose acompasadamente. (continuará)