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Viajes imaginarios

Se pasó la vida, subiendo y bajando de trenes, cogiendo y dejando aviones. Sin salir de la estación. 
Se subía en el bus, pagaba el viaje, lo recorría maldiciendo y bajaba derrotado por la puerta de atrás. Sacaba abonos del tranvía, y aunque siempre bajaba antes de partir, iba consumiendo los viajes. Los lunes, se metía apresuradamente en el coche, ponía la radio, anteriormente se había pasado horas preparando listas de canciones, se pagó una cuenta premiun del Spoty.  Se colocaba bien el respaldo, metía la llave, arrancaba, miraba por el retrovisor, paraba el motor y volvía tristemente sobre sus pasos.
Pidió préstamos para pagar cruceros, que nunca disfrutó, nunca se mareó. Se le iba el sueldo en Paris Dakares, en Rutas Quetzal, en Viajes a la luna, en Vueltas al mundo en 80 días…
Preparaba maletas para largas temporadas, como si no fuera a volver nunca más. Se despedía de el, del gato, de sus padres…
Ya nadie le decía adiós, ya nadie iba a la estación a agitar pañuelos, por supuesto, ni conseguía que le acercaran. 
Cogió la rutina los domingos de prepararlo todo, planchaba trajes y vestidos, lavaba ropa, llenaba maletas. Con el tiempo aprendió a vivir con lo puesto, dejó de deshacer equipajes, de volver a regresar ropa a sus cajones. Cada temporada, las abría y actualizaba vestuario, patas de elefante que ya no se llevaban, pantalones pitillo, rosa palo, verde pistacho. Terminó por tirar maletas enteras. Vestía una ropa gris, triste e impersonal, como un uniforme de trabajo, como ropa de astronauta, funcional y práctica. Luego, olvidó las maletas. No salía de casa sin un pequeño neceser, con dos mudas y 3 uniformes más, invierno, entretiempo y verano. Cheques de viaje, bonos promocionales y gafas de sol. Una gorra por si acaso, crema solar, y una bolsa de agua caliente. Salvacolina por si iba suelto, Fave de Fuca por si estreñía.  Dedicó la vida a ello. Y la vida si se fue, el tiempo se marchó y los años se escaparon. Los tres juntos, en un viaje de Groupon.