Esta es una buena época. Un buen año. Ando con gente libre, que ya no da explicaciones, que ríen si les viene en gana, que lloran sentados en escalones, sin vergüenza, sin rabia.
Cada día, visito su país de ensueño, donde la culpa no pinta nada, donde ya no importa quién o qué eres. Recién levantados, pasean sin pudor su cuerpo, con albornoces marcados con nombres que han perdido el sentido para ellos. Salen de habitaciones con nombres impresos en la puerta. Desayunan, comen y cenan en mesas con nombres escritos sobre ellas. Un nombre que les viene pequeño o grande, según el día.
Habitan un tiempo anclado en su mente, con canciones que les dan ritmo, con abuelos, padres, hijos y parejas que aun les quieren. Y juegan a ser hábiles. Regando plantas, pintando flores de cartón, viendo trucos de magia, jugando al futbol como niños que son, dando patadas como truenos a balones que les despiertan, que les dan, por unos minutos, vida.
Los pequeños paseos son excursiones a la selva. Surcan el pueblo como gotas de tinta que resbalan cuesta abajo, entre aceras y pasos cebra. Se dejan llevar, y no sé resisten, la tierra se inclina a su paso, les guía, les protege. Importa poco o nada que hicieron ayer. Si fueron malos o buenos, si dieron o quitaron vida, si amaron o fueron odiados. Importa poco o nada cuántos hijos dejaron fuera, si alguien les añora, si les buscan, si los han perdido. Es un hoy eterno, que empieza y termina cada día a la misma hora. Todos los días tienen el mismo nombre. Todas las horas, son entre horas. Las comidas llenan. Los cigarros vuelan. Las miradas resbalan. Las manos conectan. los pasos se arrastran.
Los hombros se caen. Porque la vida pesa, y pesa y pesa, eternamente pesa. Hay días que pesa tanto que los rompe. Se oye un crujido y se vienen al suelo. Y allí se quedan, tranquilos, llorando sobre sus zapatos, abrazados a una palabra, una palabra que balbucean entre rimas, como un mantra. Una palabra que les paraliza. Y levantan la mirada cuando pasas a su lado y te preguntan por qué. Y tú no sabes qué decirles, porque en esos momentos sólo sientes envidia. Porque tú también quieres sentarte a su lado, sentir el peso, rendirte a el, llorar sobre tus zapatos y dejarte romper, aunque rime, en mil pedazos.